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ROUBAIX 2 CHOZAS 0

Mi historia en “El infierno del Norte”

París-Roubaix: 2 – Chozas: 0

 

En mi época los ciclistas españoles no éramos muy duchos en las clásicas del norte, los mejores ciclistas destacábamos más en la montaña y en vueltas por etapas, quizás porque el ciclismo español no tenía la suficiente cultura en estas clásicas históricas, no les dábamos la importancia que se merecen a juzgar por su historia.

 

En 1990 participé por primera vez en “El Infierno del Norte” la famosa París-Roubaix un verdadero monumento ciclista con sus orígenes en el año 1896, aquella primera edición salió de París, para cubrir los más de 300 kilómetros que la separaban de Roubaix. El primer ganador fue el alemán Josef Fischer. La prueba está sembrada de tramos de Pavé, los más conocidos por su dureza son el Bosque de Arenberg, el Carrefour de l’Arbre y el de Mons-en-Pévèle, los únicos calificados de 5 estrellas.

Esta carrera no la ha ganado ningún español, Juan Antonio Flecha y Miguel Poblet son los ciclistas españoles que han estado más cerca de ganarla, han sido segundos un par de veces.  Miguel Poblet en el año 1958 y Juan Antonio Flecha en el 2007. Además, Poblet fue tercero en 1960 y Flecha en 2005 y 2010.

 

Volviendo a mi historia en la Roubaix, en 1990, con 30 años era todo un novato en la prueba, entonces, en el equipo de la ONCE, en un periplo por varias carreras en Bélgica cómo los Tres Días de La Panne, otro monumento como la Vuelta a Flandes y París-Roubaix, historia que os voy a contar.

Entonces en el equipo utilizábamos varios tipos de bicicletas y de cuadros, para carreras en línea normalmente los cuadros de carbono Look KG 96 y los OTERO de acero ligero para contrarreloj, crono escaladas  y los especiales para esta carrera, todos hechos a mano en la fábrica de San José de Valderas (Alcorcón) donde estaba la fábrica en los años 90, ya que Enrique Otero padre comenzó en el centro de Madrid en la calle de Segovia.

Alpe D´Huez Tour de Francia 1990

Estos cuadros especiales para la París Roubaix que diseñó Enrique Otero para estas carreras tenían el tren trasero más largo y algo más de separación de las vainas traseras para permitir tubulares más anchos y con la horquilla con más la inclinación para aportar una mejor estabilidad.

Despúes de haber hecho ya los Tres Días de La Panne, la Vuelta a Flandes que acabé con gran satisfacción, me disponía a hacer lo propio con la terrible y mítica País-Roubaix.

Ya con la bicicleta especial a punto, un plato grande de 53 y el pequeño de 50 dientes, en los tramos de pavés no se mueve mucho desarrollo cuesta mucho avanzar, es mejor utilizar un plato de 50 dientes con coronas centrales de 15 ó 16 no interesa que el cambio se acerque mucho a los radios porque las ruedas se retuercen de tal forma que si se apura a llevar la penúltima corona se puede meter el cambio entre los radios haciéndose añicos.

Me refiero a novato en esta carrera porque si que conocía algunos tramos y las sensaciones de rodar por cinco pavé tramos de pavé en una etapa del Tour de 1985, aquella etapa terminó en Lille y llegué con los primeros después de sortear varias montoneras. Por ello me creía ya un experto. Pero la clásica no tiene nada que ver con lo que yo había conocido en el Tour, en la París Roubaix son entorno a 28 los tramos y todo el mundo va con el puñal entre los dientes. Para afrontar el primer tramo que está en el km 100 de carrera aproximadamente, donde se hace ya una buena selección con montonera incluida, para totalizar casi 55 km de Pavé en un total de 260 km que tiene la carrera. Otra característica de la prueba es que solo la disputan verdaderos especialistas, en una vuelta por etapas como el Tour los equipos protegen a su líderes que suelen ser escaladores y no van muy bien por estos caminos infernales.

La salida de maravilla, nadie atacaba, todo era llano, pero cuando nos acercamos al primer tramo saltaron todas las alarmas, parecía que la carrera acababa allí, todos los equipos iban a tope colocando a sus mejores especialistas, se rodaba a 60 km/h, cuando ya se divisaba el primer tramo, había que hacer un giro de 90º a la derecha y meterse por un camino de cabras de 2 metros de ancho, pero que solo se puede circular por una franja de 30 cm en el centro del pavé y, si está bien y no hay hoyos, por la tierra de la cuneta rozando la hierva. Como ya sabía lo que iba a pasar, me situé en la derecha preparado para sortear la montonera.

Como no podía ser de otra forma, pasaron los primeros 40 ciclistas y se produjo el montón y se quedó bloqueada la entrada al tramo, entonces, con la bici al hombro, sorteando la chatarra y pisando a alguna que otra víctima de la caída, coloqué la bici sobre los pavés y me puse a pedalear como loco, ya no veía a los 40 primeros, después de los 2,2 km del tramo de Troisvilles à Inchy me pude colocar en el tercer grupo.

Desde aquí intentas acabar como sea

Cuando sales de un tramo, no van más de 20 ciclistas juntos, todos damos relevos hasta llegar al siguiente tramo, por lo que os podéis imaginar lo duro que se hace la carrera, todavía quedaban 160 km que había que hacer a relevos con el grupo en el que vayas. Fueron pasando tramos sin mayor importancia, sorteé pinchazos, averías, roturas de cuadros y gracias a que no estaba mojado que sino si hubiese sido un verdadero el infierno, multiplicado por dos la dureza del recorrido. En seco se puede se puede rodar por la tierra fuera del pavé, dentro del pavé no se avanza: es como ir con el freno de mano echado, aparte no te puedes poner de pie «te retiembla hasta el alma».

Parecía que estaba todo controlado, mi objetivo era acabar y no caerme. Iba al lado de Cabestany al que le gustaba esa carrera, estábamos los dos en la ONCE, me decía que tuviese cuidado con el tramo del Bosque d’Arenberg. Creía que ya había hecho lo difícil, pero todavía faltaba lo peor, no se si sabré describir la impotencia que sentí al pasar por tramo del bosque de Arenberg, era el décimo tramo, no podía avanzar, estaba mojada la zona del exterior por lo que no podía huir del pavé, además había un rastro de aceite de algún coche que habría rozado con el cárter y había rociado la cresta que forma el adoquinado formando un monticulo en el centro lo que hace que la rueda trasera se vaya escurriendo hacia los laterales, en esta zona los adoquines son piedras de 20 cm con unas grietas de 2 a 5 cm por donde se meten las ruedas, sobre todo la trasera, hasta tocar con la llanta en los adoquines cuando se mete la rueda entre uno de esos enormes huecos.

Sector del Bosque de Arenberg, Eduardo Chozas París-Roubaix de 1990. Equipo ONCE, bicicleta OTERO especial Roubaix

 

Dando bandazos de un lado para otro

Dando bandazos de un lado para otro, no hacía camino, me puse nervioso y me salí del adoquinado para hundirme en el barro y acabar en un charco gigantesco ante la mirada de los aficionados, una multitud, que no hacían nada más que hacerme fotos. Y yo allí atascado, hundido en una cuarta de lodo. Cuando salí del embrollo, el grupo me sacaba más de 30 segundos, me quedé en tierra de nadie, a todo esto, mi bici había sufrido daños, el manillar se había movido, se había movido hacia adelante, se me habían bajado las manetas de los frenos y sobresalía la parte de abajo como dos cuernos. Las manetas se habían bajado por los impactos de los hoyos ente los adoquines, las llevaba 5 cm más abajo de lo normal, la dirección se había aflojado y veía moverse las piezas, pero estaba empeñado en acabar.

En tierra de nadie

Tuve que esperar al 4º grupo que venía a 2 minutos por detrás, aproveché y paré para mear, otra odisea, no me fuese a pasar lo de la Milán San Remo que estuve a punto de reventar la vejiga, más de 7 horas sin poder orinar, ¡que dolor!. Ya en el 4º grupo realicé muchos km pero en la 5º hora de carrera empezaron a darme calambres entre los dedos de las dos manos, ya habíamos pasado el primer avituallamiento, el segundo estaba sobre el km 200 de carrera a falta de 60 km para acabar. Era el siguiente objetivo, pero cada vez me iban dando más latigazos en los dedos, las vibraciones de cada adoquín, era ya una puñalada repetitiva, hasta el punto de no poder sujetar el manillar con los dedos, tenía abrir la mano y apoyarme con las palmas de las manos.

En ese lamentable estado llegué al segundo avituallamiento donde me esperaba el auxiliar de la ONCE, el bueno de Jordi Ruiz Cabestany, hermano de Peio, para ofrecerme la bolsa con la comida y bebida para afrontar el tramo final. Jordi me animaba a seguir, ya quedaba poco,  una hora larga de tortura, pero me pareció imposible, seguir sufriendo así era demasiado, hasta ahí llegué. Jordi que me consolaba, el había sido cocinero antes que fraile, me daba rabia, pero no podía sujetar el manillar era todo dolor e impotencia, no era falta de fuerza.

Después de la experiencia, tenía que volver otro año y acabar, era mi nuevo reto.

 

Volví al año siguiente 

Volví al año siguiente, más preparado en todos los sentidos con más experiencia, la bici preparada a conciencia metí almoadillas debajo cinta de manillar , con todo revisado y apretado al máximo, dispuesto a realizar la gesta, tenía como objetivo acabar. Ya tenía más experiencia y sabía a lo que me enfrentaba de verdad.

La carrera comenzó como el año anterior, se repetía todo, incluso la caída en la entrada al primer tramo, pero todo iba bien, incluso conseguí mejorar en mi entrada en el primer tramo conseguí meterme en el segundo grupo, iba muy bien, utilizaba la tierra, saltaba al centro cuando había algún hoyo delante, disfrutaba de la carrera, veía el polvo que se iba hacia la derecha marcando la dirección del viento que formaba la larga fila de ciclistas que iban delante, entre las motos neutras con las ruedas de repuesto y las motos de enlace, las cunetas llenas de gente que muchas veces tenían que dar un paso atrás porque les pasábamos rozando los pies, disfrutaba de la carrera, de lo que se ve en la tele pero desde dentro.

Pero el exceso de confianza me llevó al desastre, iba por la tierra cuando vi un hoyo delante y dí un salto al centro del pavé para no tocar de resfilón el escalón del primer adoquín, cuando me enganché con otro ciclista que rodaba en la zona, la verdad es que no miré, no me esperaba que estuviese tan cerca, solo oí un segundo antes de engancharnos, su grito de impotencia cuando era ya era inevitable la caída, no sé quién era, solo se me quedó grabada la imagen de su cara de susto, de su ojos de susto justo antes de engancharme con su manillar. Después la sensación de ir rebotando por encima de los adoquines entre el polvo y el dolor fue otra experiencia inolvidable, los dos fuimos arrastrando diez metros por los adoquines. Cuando me levanté no podía ni caminar de los golpes, tardé un rato en poder subirme a la bici y ví que en ese estado era imposible acabar.

Imaginaos el desenlace, la aventura acabó allí mismo con todo el cuerpo lleno inflamaciones producidos por los golpes contra los adoquines. Lleno de magulladuras que parecían producidos más por una paliza que por una caída en bicicleta, con un dolor externo e interno por no poder acabar de nuevo, llegué de nuevo en coche al velódromo de Roubaix, y a sus famosas duchas donde se llega lleno de barro  y en mi caso además con sangre, sudor y lágrimas.

Esta es mi experiencia con  la aplastante la victoria del «Infierno del Norte» con el resultado de:  París-Roubaix 2 – Eduardo Chozas 0.

 

 

***La París-Roubaix es una carrera ciclista francesa de un día , también conocida con sobrenombres como La clásica de las clásicas, El infierno del norte o La última locura.  Se disputó por vez primera en 1896, lo que la convierte en una de las carreras más antiguas que aún permanecen en el calendario internacional. Su creación se vio impulsada por el diario deportivo Le vélo. Su director Paul Rousseau recibió la idea de la mano de dos empresarios de la localidad de Roubaix, Théo Vienne y Maurice Perez, quienes vieron en esta carrera un buen entrenamiento para la por entonces, más famosa Burdeos-París y, tras supervisar el trazado de la prueba, puso en marcha la prueba bajo el nombre de La Pascale. Aquella primera edición salió el 19 de abril del Bois de Boulogne, al norte de París, para cubrir los más de 300 kilómetros que la separaban de Roubaix. Su primer ganador fue el alemán Josef Fischer y el premio que recibió fue de 1000 francos francesesActualmente es una de las cinco pruebas clásicas conocidas como «monumentos del ciclismo«, junto a la Milán-San Remo, el Tour de Flandes, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de LombardíaLos españoles que más cerca han estado de conseguir el trunfo también han sido los únicos en subir al podium, Miguel Poblet, en el año 1958 y Juan Antonio Flecha, en el 2007, con sendos segundos puestos. Además, Poblet fue tercero en 1960 y Flecha en 2005 y 2010. Los corredores que más veces se han impuesto son Roger De Vlaeminck y Tom Boonen, en cuatro ocasiones (1972, 1974, 1975 y 1977; y 2005, 2008, 2009 y 2012) respectivamente. 

 

En el Tour de Flandes participé 2 veces los mismos años y acabé en las 2 ocasiones pero eso es otra aventura. continuará … .


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